La vie...

La fecha había llegado, L hoy vería su vida pasar. En apenas unos minutos escaparían delante de sus ojos todos los pasaportes, los libros de latín, las cárceles de juguete, las risas, la voz en off de todas las chicas que le habían dicho “ya no te quiero”, las botellas,los sombreros de copa, los charcos en los que no hacía pie y los abrazos excesivos con música minúscula de fondo.
Le sudaban las manos y miraba de reojo. Distinguió a varios familiares, algunos amigos de los indestructibles, periodistas, y muchas más personas cuya presencia allí nadie le había explicado.
Se dirigió hasta el sitio que le habían asignado, con el corazón en la garganta y su chica a pocos metros siguiéndole con la mirada.
Se hizo el silencio y…no sucedió nada.
Desconcertado, caminó torpemente hasta puesto del proyeccionista, donde comprobó que no funcionaba nada, obvio, después de las tres operas primas que precedían su turno, la frágil maquinaria de aquel íntimo cine del centro había dicho “basta”.
-¡No te preocupes chaval! -voceó el proyeccionista entre las migas de un bocadillo -otro día estrenamos tu cinta. Esto a veces pasa, son cosas de la vida.
Sin saber qué decir a toda aquella gente expectante, ni que hacer con todas las enredaderas de su estómago, L salió cabizbajo de la cabina y repitió: la vida, la vie…

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