turistas


Los testigos cuentan que fue el chico quien cometió el hurto, y ella, que caminaba despistada, al reconocerle, se sumó al convoy de delincuencia, haciéndole parar durante una décima de segundo, para subirse con un movimiento ágil. Posteriormente, ya confundidos entre la multitud, se han sentado entre esculturas y turistas para hablar y tratar de recuperarse del exceso de adrenalina vivido.
Nadie ha dado a conocer el nombre de este par de amantes a la fuga, pero quienes descansaban en el mismo lugar y han seguido la escena, lejos de desenmascararles, reproducen con minuciosidad de detalles la siguiente conversación.

- Hace años que te imaginaba lejos - dijo él todavía nervioso
- Y no te engañaron, hace tiempo que llevo una vida de trotamundos. Lo que pasa es que una, de vez en cuando, necesita su particular “renacimiento” y volver a casa.
Anda, cuéntame qué has hecho todo este tiempo, háblame de cómo les va a todos y dime que tú estás bien.
- Sí, por aquí las cosas no han cambiado demasiado. Acabé el año pasado mis estudios y supongo que no tardaré en convertirme en el chico responsable que todos esperan, mientras, sobrevivo escribiendo y entrenando versos, ya sabes, esos poemas de usar y tirar de los que tanto te reías. Todavía hago sonar mis cajas de música, y frecuento los mismos bares de siempre, aún me siento en el borde de aquellas barras, de esos lugares de insensatez que todavía deben de esconder los nombres que un día grabamos. Por lo demás Florencia continua preciosa, como siempre, y aquí los días siguen pasándose volando.
Pero cuéntame tú! Dime cómo te han tratado los años, cómo se ha portado Europa a tus pies.

- Siendo sincera te diré que no me arrepiento de haberme largado; he descubierto que hay demasiadas cosas por hacer todavía, muchísimos riesgos por correr, cientos de idiomas que aprender, infinitos viajes por realizar y tantos errores por cometer, que estos años han sido para mi como hacer surf en las olas de la vida…
- ¿Sabes? A veces, todavía recuerdo con afecto aquellos días en que los dos nos acercábamos al precipicio, aquellos tiempos en que pensábamos menos y besábamos más…Pero tú saltaste primero.
- Silencio –
- Qué estúpidos son los japoneses ¿eh?
- Si…me pregunto cómo será el álbum de fotos de un japonés.
- Pues infinito supongo, pero te contaré un secreto, hay algo que no consiguen llevarse en una tarjeta de memoria; el alma de las ciudades. La vida está en las calles, en el pulso de quien las llena, una foto podrá reflejarlo, pero nunca repetirlo
- No lo sé…Dicen que son muy inteligentes y prácticos. Seguro que SONY ya ha sacado algún diminuto artefacto para conseguirlo, no estaría yo tan segura.
- Silencio. Silencio incómodo –
- Dime solo una cosa. Dime que me buscaste en algún momento entre la chatarra de tu alma.
- Hay ciertas confesiones que una dama no debe permitirse. Pero te diré que no encontré a nadie que cuente historias de parque y cigarrillo como tú lo haces, allí fuera no conocen los portales, ni las prisas de entonces, tampoco las Vespas para escapar al extrarradio como quien viaja al fin del mundo, ni mi mancha de rimel en tu almohada después de haber brindado con vino toscano.

Como se trataba de una sensación difícil de explicar pero agradable de sentir, ambos se abrazaron y lloraron en silencio.
Cuentan que al caer la tarde abandonaron la plaza-refugio olvidando a sus espaldas la polémica bicicleta.
Durmieron juntos, como ya lo hicieran años atrás y se han despedido hoy al amanecer.
Ella tenía un vuelo por coger, y él como cada mañana, un desayuno pendiente en un café del centro y una columna por escribir en el periódico local.

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