llovía aquel día


y me senté en la puerta a esperar a que no pasase nada, con las manos en los bolsillos, los pies mojados, y la certeza de olvidar.Pensando, sin embargo, que hubiese sido terriblemente romántico subir la escalera, llamar a aquel timbre chirriante y dejarle bien claro, que nunca más va aquerer separarse de mi.

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