Y un año más, tal y como han hecho desde tiempos inmemoriales, los jóvenes sometidos a presión, decidieron tumbarse un rato y perder el tiempo mientras maldecían la llegada del siempre inesperado junio que, de nuevo, se presentaba con esa mirada lasciva de “ ya te lo avisé…las bibliotecas estuvieron abiertas todo el año...”
Se escondieron del sol tras enormes gafas oscuras y gorras de marcas americanas, pues hasta que no acabasen los exámenes todos en el campus pensarían que al verano se le sobrevalora, que la vida debería pintarse en blanco y negro, que son los colores que de verdad marcan, en los que se guardan los recuerdos, y que la única diferencia entre diciembre y junio es que habían sacado los bares a las aceras. Bueno, eso y que ahora cuando se tumbaban a esperar ver pasar platillos volantes o a soñar con otras vidas, el césped ya no estaba húmedo.
Superados los nervios por los exámenes y asumido miedo al suspenso, pidieron a dios que mantuviese siempre un cigarrillo encendido en sus labios, una canción en su mp3, y suerte para gastar. El resto saldrían ellos a buscarlo a las calles, fuera de las aulas, porque aunque no supiesen muy bien lo que buscaban, ni tuviese muy claro lo que querían, lo querían ya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario