piano session


Atravieso varios grupos de chavales que, sentados en sus Vespa, esperan al resto de amigos. Hace frío, frío del que duele. Guardo mis manos en los bolsillos y la barbilla en el cuello del jersey. Camino pensando en mis cosas y no puedo evitar esa horrible sensación de parecer de otro planeta al pasar por el lado de los chicos y escucharles hablar y reírse a carcajadas de cosas que desconozco.
Por fin llego, es pronto, miro el lugar desde fuera y me encanta su aire decadente, así que me cuelgo de una enorme puerta y accedo con aparente decisión, sólo aparente, porque mis pasos se van haciendo más y más pequeñitos al acercarme a la entrada. Hace meses que superé mis miedos a ir a un concierto sola, pero aún no me acostumbro a no sentir un vacío en el estómago al mostrar al revisor una única entrada, que es tu entrada, porque si alguien tendría que estar allí para que todo tuviera sentido, ese eres tú. Encuentro mi butaca, me siento y disfruto de uno de los mejores pianistas del momento. Se va el frío y noto los pelillos de los brazos mientras aparecen en choque frontal sentimientos que creía políticamente exiliados de esta república que presido. Terminada la actuación, a falta de palabras sólo puedo ponerme en pie y aplaudir.
Salgo de nuevo con las manos en los bolsillos, ha anochecido, y noto deshecha por el sudor la entrada en mi puño derecho. Me descubro una media sonrisa reflejada en un espejo del vestíbulo y me alegro de haber pasado una tarde en blanco y negro. Sin nada más que hacer por hoy, pruebo suerte y busco en la tienda de la entrada una partitura que persigo hace años. Hace años que no me la juego, pienso mientras ojeo, y sin embargo…allí estaba. Decido entonces que ha llegado el día, y anuncio mi vuelta a los escenarios de mi cuarto para ofrecer un inesperado concierto, minoritario eso sí, sólo para fieles, pues sé que solo acudirán las fotografías que aún mantengo colgadas en paredes y estanterías de los que un día fuimos. Comienzo segura de saber que a ellos,a los que un día fuimos, les encantará ver que mi piano no estaba tan desafinado como creíamos ( aunque inexplicablemente, desde que te fuiste, a mi me parece que tiene menos de 88 teclas) les encantará saber que las cosas no han cambiado tanto y mucho menos yo, que sigo siendo terriblemente friolera y teniendo cosquillas incontrolables, que todavía escribo cosas que me hacen llorar con bolis horteras y que me sigo mordiendo los labios cuando miento, por eso hoy que los tengo cortados, no te diré que ya no te echo de menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, bueno.. Veo que aunque hace calor, esta en plena temporada alta de trabajo y cierta angustia le agarrota el estomago, su mano sigue igual de firme al escribir bellas historias.. Me alegro de que el verano no amodorre sus burbujeantes neuronas y que estas no cejen en su empeño de crear pequeños relatos que nos transportan a otros lugares y a otras vidas que no son las nuestras.
Muchas gracias por no olvidar que en esta vida hace falta buscar a veces la tangente e incluso la cotangente para no volvernos locos..

Afectuosamente se despide,

El chaval de la Peca.