serie B

Espero el metro, he quedado a las 12:00 con Gaspar, un amigo de toda la vida venido a más económicamente hablando, desde que montó su propio negocio de tatuajes hace un par de años en uno de los barrios de moda del centro de Londres. Por lo que me ha dicho por teléfono está deseando volverme a ver, aunque sé que su gesto se torcerá y chasqueará la lengua antes de decir algún cometario del tipo
“ ¿Estas segura?” cuando sepa que todavía no tengo ni idea del motivo del tatuaje en cuestión. Y es que la decisión ha sido tan repentina que una no ha tenido tiempo de cuidar tantos detalles. ¡Yo! Que siempre me había declarado contraria a las decisiones de por vida, paso a engrosar mi lista de promesas sin cumplir. Práctica que por cierto, últimamente no se me da nada mal, y por la cual he cambiado en un plazo de quince días de planes, de ciudad, de vaqueros habituales, de casa y de estudios. Seguramente Gaspar, conociéndome, no esté de acuerdo en ser partícipe de lo que a simple vista tiene que parecer una locura transitoria.
Este es uno de esos momentos que mi antiguo psicólogo llamaba “la hora de coger aire, respirar hondo, y darle una patada al botón de reiniciar” total, ¿Quién no se está recuperando de algo?
La decisión está tomada y no hay vuelta atrás. No, porque yo antes tenía miedo de muchas cosas ; de no madurar nunca, de que mis sueños estuvieran demasiado lejos o fuera de mi alcance…pero al final todo es cuestión de tiempo, ese maldito cleptómano, por el que un día, gracias a que a él no le da la gana pasar más rápido, te aburres en tu cuarto y sueñas, sueñas sin ser consciente del riesgo que implica tan inocente pasatiempo, nadie te pregunta si va en serio y por supuesto jamás aparece la ventanita de “ reconfirmar” . Te levantas, sales de tu cuarto y ya no queda nada de lo que hacíamos entonces… nada de las tijeras bailando en nuestras manos, ninguna pista de la asquerosa sensación del primer beso, ya no queda nada de la que era nuestra patria; la letra de clase, la que defendíamos a muerte.
Yo por ejemplo era del “B”, y nunca me he vuelto a sentir tan identificada con nada. Gaspar también era del “B”.Los del “ B” éramos los mejores, no como los del “A” que eran unos macarras y los del “C” unos empollones. La “B” era nuestra bandera y nos sentíamos orgullosos de ella.
Y es que ya no queda nadie con quien poder quedar con un simple “ donde siempre a la hora de siempre”, ni tardes de lluvia jugando al tragabolas ( qué buenos y ruidosos tiempos) , ni rastro de aquellos errores. Por supuesto dejas de ser más alta que tus primos pequeños y se pasa eso de tener hora para volver a casa los sábados, hora que sin excepción nos saltábamos diciendo “ sólo una canción más ”… nos iba la vida en ello y nunca nos marchábamos. Ni si quiera cuando se nos acababa el dinero, porque no importaba. Luego venía lo de entrar en casa de puntillas y temblando, y lo de meterse en la cama rezando para que nos cambiasen el examen del lunes.
Se acabaron los guisos de plastilina, los cromos repetidos, las diademas de plástico, los disfraces de princesa, los comics, las cajas de plastidecor de 24, los corazones rotos de la adolescencia, las zapatillas Victoria…
De todo aquello sólo quedan las lecciones aprendidas y el recuerdo, seguramente idealizado, pero que a mi me hace creer que la infancia mereció la pena.
Así que ahora, viendo que tomo decisiones en quince días, y redecoro mi vida echo mucho de menos a esa niña temerosa. De verdad. Si la viera por aquí, me gustaría decirle que sea menos seria, que no se preocupe y que sonría más, porque por lo menos, hasta los 22 todo va a salir bien. Quiero que sepa que tiene que cuidar más a sus amigos, como un tesoro, porque le quedan muchísimas horas por pasar con ellos, que tiene que cometer errores, porque esos son los que de verdad enseñan y que se enamore, muchas veces, todos los días si es posible, para que comprenda cuanto antes, que existen muchos tipos de personas, pero que de la piel pa´dentro la que manda es ella y que no tenga miedo, que eso es lo que cuenta.
Llego a mi parada, echo un vistazo a la libreta que siempre llevo conmigo y me encuentro con una “b” inconscientemente garabateada durante todo el trayecto, mil veces repasada y sé entonces que lo he encontrado.
Identifico el lugar de la cita sin problemas, no tengo dudas al ver un rey mago pelirrojo dibujado en la puerta . Se produce el esperado y emotivo encuentro lleno de abrazos exagerados y besos por doquier ante la media sonrisa del resto de clientes españoles que abarrotan Londres. Cuando Gaspar me pregunta si ya lo tengo claro trayendo una torre de catálogos de modelos de tatuajes, es entonces cuando una vez más, sin pensarlo mucho le enseño mi cuaderno y le pido un homenaje a nuestra infancia.
Mi amigo desde 3º de E.G.B lo entiende a la primera. Le cambia la cara como quien ve una reposición de una serie de dibujos animados de los ´80 y me sonrie diciendo “buena elección”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que se la última vez que se te ocurre redecorar algo en tu vida sin mi permiso ni supervision... Por cierto, tengo algo para ti... pero tendras que venir a por ello.

El chico Ikea.