Todavía recuerdo aquel verano, a la edad de nueve años, en el que me costó lo inexplicable aprender a tirarme de cabeza.
“Sin pensar” me decía mi prima (que en esto, como en otras muchas cosas, ya tenía experiencia) y a mi me parecía imposible perder el respeto a esa piscina, que entonces era un océano.
Sin embargo, terminé por dominar la técnica a la perfección, tan bien que viví toda mi adolescencia tirándome de cabeza, tan bien, que empecé a ser yo la que saltaba primero, y sin pensar. Tan bien, que ahora, de vez en cuando, ante todas mis dudas y mis cientos de incertidumbres, sólo trato de volver a aprender a caer de pie.
“Sin pensar” me decía mi prima (que en esto, como en otras muchas cosas, ya tenía experiencia) y a mi me parecía imposible perder el respeto a esa piscina, que entonces era un océano.
Sin embargo, terminé por dominar la técnica a la perfección, tan bien que viví toda mi adolescencia tirándome de cabeza, tan bien, que empecé a ser yo la que saltaba primero, y sin pensar. Tan bien, que ahora, de vez en cuando, ante todas mis dudas y mis cientos de incertidumbres, sólo trato de volver a aprender a caer de pie.
1 comentario:
Dicen que nos dividimos en tres grupos de personas: cerebro, sentimientos, impulsos. Luego, dentro de estas tres, hay varias subcategorías, pero yo me quedo bloqueado en la primera clasificación. Creo, sinceramente, que soy sentimientos disfrazados de cerebro. Pero, en el fondo, todo es sentimiento ¿o no? En cualquier caso, no soy impulso (también me costó atreverme a tirarme de cabeza; y en la vida real, jamás, jamá lo hago, desde hace mucho tiempo...)
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