La culpa es mía,
por atreverme a soñar cosas que todo el mundo sabe prohibidas
por olvidarme de los termómetros, los relojes, y los semáforos,
por vestirme sin camiseta, salir a la calle,
y cantar con los ojos cerrados pensando solamente en ti.
La culpable soy yo,
por ser tan idiota de creer que podías haber sido tú...
por empeñarme en respirar a tu ritmo
a pesar de las compañías telefónicas
y las puertas de embarque cerradas.
No echo balones fuera,
porque la culpa es de quien suda al recibir un mensaje,
la misma que sólo tiene orgasmos tristes desde que no duerme contigo
y se empeña en arañar cielos con rotuladores trasnochados.
Es decir: yo.
Yo, que no tengo remedio,
y nada más verte me enamoré, no de ti,
sino de la distancia que había entre nuestros labios.
Yo, que veo fotografías desaturadas donde otros ven errores
y colecciono álbumes de decepciones para enseñárselos a mis nietos.
Yo, que sólo se amar entre la ilusión y la locura
quizá debería haberte avisado antes de todo esto...
Ojalá, por lo menos,
no sientas que has perdido el tiempo,
y me hagas sentir todavía más culpable.
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