Una empieza a escribir en servilletas, en cuadernos rojos por el Metro, en fascinantes papeles de de doble vida...y se acostumbra a contar las cosas a su manera. Luego vienen los encuadres, la profundidad de campo, la realidad desaturada... y el descubrir que se puede dejar fuera de campo todo lo que no interesa.

Así pasan los años, hasta que una tarde de habitación, paraguas y tachones, una se da cuenta de que la objetividad es imposible.
Y detestable.




Fabio esperando su primavera. Pero la de verdad, él no entiende de calendarios.

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