Yo he querido ser Javier Bardem muchas veces. Le he envidiado, por ejemplo, al figurármelo leyendo la primera página de Los Lunes al Sol, al verle besando a Scarlett Johansson, o al imaginarme una llamada perdida de Ethan Cohen en su teléfono móvil. Otras veces, sin embargo, no me ha producido ninguna envidia sino lo contrario, hablo del día en que vi el menú de la Bardemcilla, de las pruebas de estilismo de más de una de sus películas, de la actitud forzada de sus inicios… Pero si hay un momento en el que realmente he querido ser Javier fue anoche, al verle recoger su palma de oro en Cannes. Sueño con el momento en que yo reciba un premio y pueda dedicárselo a mi amado, espero cada día que pasa esos segundos en los que me dirija al atril pensando “¿Qué iba a decir? ¿Qué tenía preparado? “ y al final improvise mirándole removerse en su asiento. Quiero decir todas las cursiladas que se me ocurran en ese momento en un idioma que no conozca nadie más en la sala. Me encantaría que él también se avergonzara, como Penélope anoche, y que quedase registrado en las hemerotecas de todo el mundo. Me gustaría, en definitiva, recordarle aquel rodaje de Chisteras Blancas en el que el equipo técnico y artístico éramos él, yo, y todo lo que discutimos. Tengo que darle las gracias por haberme gritado tanto aquel día… pero seguro que al final me saldría otra cosa.
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